La Sierva de Dios Teresa de la Cruz nació en la ciudad de Lima el 19 de Agosto de 1875, sus padres fueron Don Manuel Candamo Iriarte, proveniente de una de las familias más importantes de Lima, muy destacado en la política, llegó a ser presidente del Perú en 1903 representando al partido civil [1] ,con el cual había ya formado parte de la junta de gobierno en 1895 tras la renuncia del presidente Cácere,s y doña Teresa Álvarez-Calderón de Candamo, también proveniente de una familia muy distinguida en Lima, quien a pesar de las contingencias políticas de aquel tiempo supo dar a sus hijos, que fueron seis, una esmerada educación, sobre todo en lo que se refiere a las virtudes cristianas.
Fue en este tiempo cuando el Perú se encuentro en vísperas de una de las guerras mas devastadoras, la “Guerra del Pacífico”conflicto entre Perú y Chile por los territorios del sur del Perú y
Bolivia que colindan con Chile. La guerra se declara formalmente en 1879 y dura hasta 1884. En 1882 el ejército chileno ocupa Lima y el 08 de agosto de 1882 don Manuel Candamo, siendo delegado
del gobierno peruano formado al norte, fue hecho prisionero de guerra junto a otros políticos notables por su negación a pagar los mencionados cupos de guerra y por su inteligente actuación
política. A este tiempo corresponde la infancia de la Sierva de Dios, transcurrida en la norteña ciudad de Piura.
La primera parte de su educación la recibe en casa bajo los cuidados de su madre, siendo su instructor el famoso profesor Don Agustín de la Rosa Toro [2] quien al fallecer en 1886 fue reemplazado
por la señorita francesa mademoiselle Viteau.
A fines del año 1886 se prepara para recibir la primera comunión con el colegio «Santa Rosa de Lima» [3] recibiéndola el 1 de Enero de 1887 en la Iglesia de Santa Teresa. En el año de 1889
ingresa como interna en el colegio “San Pedro” dirigido por las religiosas de la sociedad del Sagrado Corazón de Jesús, aquí hizo suya la máxima de santa Sofía Barat «El deber ante todo, el deber
siempre» cabe destacar que en este colegio recibió una esmerada educación, se perfeccionó en lo que más tarde fueron sus dotes artísticas (como la poesía, el canto), dotes culturales (como el
francés y el inglés) y sobre todo en las virtudes religiosas ya que perteneció a las diferentes asociaciones que estas religiosas tenían a su cargo como las «Hijas de María» que la ayudaron a
formarse en una piedad sólida y seria, en la que seguramente “(...) allí echó Dios los cimientos sólidos para el edificio de su vocación que había de ser tan sacudido por las pruebas” [4].
Así, entre los años de 1892 y 1903, después de su salida del colegio, pasaron entre las obligaciones de la vida social, su hermana, Madre María del Sagrado Corazón, en la primera parte de su
biografía describe esta salida al mundo como grata: La salida al mundo le fue grata, aunque en aquella época la vida social era bastante apática. Toda ella consistía en las visitas, la reunión en
el cumpleaños de alguna amiga y el teatro cuando venia alguna compañía. (...) De vez en cuando había algún baile o algún banquete. En la temporada de verano la cosa cambiaba. Había la ida a los
baños, la salida en la tarde y en la noche al malecón, donde estaban las amigas y los amigos. Cuando pasaba la fuerza del calor se hacían paseos al campo. Por todo esto esperábamos con entusiasmo
esta temporada [5]
En esta época de juventud, Teresa es descrita de la siguiente manera: Teresa era alegre y animada, tenía cierta tendencia a la burla, pero sin malevolencia, porque había en su alma un fondo de
bondad y gran respeto a la ley de Dios. Aunque siempre fue con gusto a las fiestas, años después decía que había sentido siempre en ellas un vacío y se preguntaba ¿esto no más es? [6]
La misma Sierva de Dios, en su autobiografía en cuanto a su vida de piedad: Mi piedad se reducía a huir con terror del pecado mortal; a rezar el rosario todos los días, a veces muy mal rezado, a
comulgar los primeros viernes y en la Congregación de las Hijas de María; eso cuando salí del colegio, y la novedad de la entrada al mundo no me dejaba tranquila para más. Pero felizmente poco a
poco, fue mi devoción aumentando y después comulgaba todos los sábados y frecuentaba también las distribuciones de la virgen del Rosario y de las Terciarias Franciscanas, cuyo cordón recibí años
mas tarde. Con este pequeñísimo bagaje espiritual, pase los años de la juventud perdiendo ese precioso tiempo de la vida que tantas almas mas felices porque han sido fieles a la llamada del Amor
aprovechan para servir al Señor y acumular méritos para el cielo y yo los pase en vanidades, en aprender música y pintura sin mas fin que dar gusto a mis aficiones en charlas sin fin con mis
hermanas y con mis amigas y primas (felizmente todas eran buenas y piadosas, y su trato muchas veces me sirvió para acercarme a Dios). [7]
En esta época la situación religiosa en el Perú era muy deficiente, la formación religiosa, se daba en los colegios a los cuales no todos tenían el mismo acceso, [8] sobretodo por la condición
social ya que en los lugares pobres no era posible esta formación, porque la escasez de clero era abundante y porque en este tiempo eran pocas las congregaciones religiosas. Es cierto, también,
que en estos últimos años del siglo XIX y primeros del siglo XX ya se difundía la corriente laicista en el Perú, sobre todo en los centros de enseñanza superior, como las universidades donde eran
muy frecuentes los catedráticos que desdeñaban la religión católica, influenciados por el fuerte positivismo venido de Europa y por el fuerte influjo de la masonería, que aumentó sobre todo
después de la proclamación de la Independencia (1821), siendo muchos los intelectuales peruanos y dirigentes de partidos políticos de esta época pertenecientes a la masonería.
El poco clero que existía en la ciudad de Lima empezaba a secularizarse debido, en parte, a que podía aún participar de la vida política de la naciente República.
En esta coyuntura histórica quiso la Sierva de Dios de «servir a la Iglesia en algo que estuviera a su alcance» [9] (esta expresión la dice en Roma en Junio del año 1906, cuando después de
visitar al Santo Padre Pio X, las reliquias y monumentos santos de Roma, siente que se ha aclarado en su ser la idea de la vocación religiosa, sobre todo secundar al clero en las obras de
apostolado, ayudando a la salvación de las almas, sobre todo en la catequesis).